BIOÉTICA  Y JURAMENTO HIPOCRÁTICO.  
Hipócrates ,  El  Buen  Samaritano,  la  Sociedad   Postmoderna.

Dr. Rafael Antonio Díaz Salazar Jefe, Unidad  de Cuidados Intensivos.                                   ( UCI.  SUMEDICO),  Coordinador Docente.
Profesor de Bioética Seminario Interdiocesano Nuestra Señora de Fátima                               Managua , Nicaragua.

 

 La Bioética, aún cuando es una disciplina joven, es para el profesional de la salud el punto de partida y a la vez de convergencia de toda una milenaria tradición ética que hunde sus raíces en la oscuridad de los tiempos que despierta con el amanecer de la ética hipocrática, se ilumina con la luz del mensaje evangélico y brilla hoy con luz propia en una modernidad que se debate entre la ética y la ciencia, entre la realidad ecológica del presente y nuestra responsabilidad por los que habrán de heredar nuestros aciertos y equivocaciones.

            Desde la ética antigua, los principios éticos siempre han estado ahí en el corazón y en la conciencia de la humanidad y poco a poco le ha tocado al hombre desentrañarlos y adaptarlos a su propia realidad existencial, porque como bien ha sido reconocido; ninguna profesión ha sido tan consciente desde la antigüedad de los problemas éticos de su ejercicio como la medicina.

            Si bien Hipócrates y su escuela no conocieron los formidables retos éticos que hoy nos impone la medicina moderna con su alta complejidad científica y pluralidad de opciones y opiniones;  los principios de su mensaje brillan hoy con más intensidad cuanto más se demanda el ejercicio humanista de la profesión en un sociedad permeada por una grave crisis  de valores, donde campea la corrupción y que ha creado un estado de alarma ética que revive el viejo litigio de legalidad versus moralidad.

            Ante esta realidad, hoy la bioética le demanda al profesional de la salud que sea científico, humanista y de rectos principios éticos para que lo que es técnica y científicamente  posible también sea éticamente válido.  La Bioética, al enlazar la ética con la vida, nos señala que la frontera de la ciencia es la ética, lo que para el médico se traduce en último término que por vocación y obligación  somos custodios de la defensa y el cuidado de la vida humana.  De este modo se comprende muy bien como los valores éticos  no pueden separarse de los hechos biológicos.

Hoy la Bioética trasciende a la ética médica tradicional y se ocupa y se aplica a todas las profesiones de la salud y afines abarcando cuestiones de orden social, filosófico, político y económico, dedicando capítulos especiales al tema ecológico y a nuestra responsabilidad por las generaciones futuras.

Piedra angular del movimiento bioético ha sido el reconocimiento de los grandes principios de beneficencia, autonomía, justicia y no maleficencia que hoy constituyen el marco referencial obligado para la calificación ética objetiva del profesional de la salud. De manera que, tanto para lo privado como para lo público, ahora podemos decir que un profesional de la medicina es ético cuando hace el bien, respeta los derechos del paciente, actúa con equidad y por encima de cualquier consideración, no hace daño.

Reconociendo que la medicina no es una ciencia exacta y que los médicos curamos a veces, pero aliviamos a menudo y confortamos siempre; estos principios aun con las limitaciones que naturalmente pueden tener, nos ofrecen la oportunidad de orientar nuestro ejercicio profesional tanto como un proyecto individual como en su dimensión social de compromiso público y con normas objetivas que nos permiten una mejor comprensión de los nuevos conceptos en salud y de los avances científico-técnicos a la luz de un humanismo cuyo criterio referencial es el hombre y su dignidad de persona.

Al final, a pesar de todo el enorme “armamentarium” del que hoy disponemos en la profesión médica para el manejo clínico y técnico de nuestros pacientes, tenemos siempre una tarea pendiente y de obligado cumplimiento como es la reconstrucción de la relación ética médico-paciente. Relación que es la primera y la última del médico que va más allá del profesionalismo técnico y de los derechos y deberes; porque estamos hablando de una empresa ética que por naturaleza propia su meta está marcada por la confianza y la credibilidad en el médico. Es tarea indelegable, delicada e impostergable, recuperar la fe del paciente y de la sociedad. Esta empresa ética tiene los aditivos esenciales de sensibilidad, consciencia y compasión por la vida humana sufriente y que su mejor guía la podemos tomar de lo que nos enseña el mensaje evangélico adaptado a nuestra profesión: “haz al paciente lo que quieras que hagan contigo”.

Como corolario final, es impresionante ver como el hilo conductor de la historia bioética, nos traslada de Hipócrates al Buen Samaritano, mostrándonos con todo el esplendor de la verdad, el encuentro entre los humanismos hipocrático y cristiano que tiene su culmen de expresión de ética y de amor en el tierno momento de fe de la hemorroísa.

Grande es la responsabilidad de ser médicos y más aún cuando estamos consagrados en el Libro Santo. Es impactante ver como el escritor sagrado reconoce el servicio y la ciencia del médico y escuchar como resuena la voz de Dios en la expresión milenaria del pueblo cuando con profundo amor de agradecimiento nos lleva a las alturas al decirnos: “Doctor, después de Dios… usted”. Y al final, escuchamos el amoroso designio del Padre que en nuestro peregrinaje terrenal nos ha encargado la dulce misión de aliviar el dolor, curar la enfermedad y salvar la vida. Doblemos pues con humildad nuestra rodilla y recemos al Señor para que siempre nos conceda tan inefable privilegio. (Eclo. 38 y ss).