EL MÉDICO FRENTE A LA MUERTE

Alberto Aguirre Sandoval
Ex Presidente y Miembro Emérito
del Instituto Médico Sucre

Nos engañamos al considerar que la muerte está lejos de nosotros, cuando su mayor parte ha pasado, porque todo el tiempo transcurrido pertenece a la muerte”,

Al iniciar estas líneas, deseo evocar un recuerdo de hace ya muchos lustros, cuando iniciaba mis estudios de medicina: mi padre - médico - poseía un álbum de reproducciones de cuados famosos que guardaba celosamente; cuando me lo confió, y al hojearlo, llamó mi atención uno que me causó admiración y se gravó para siempre en mi, por entonces, juvenil mente ¿Qué representaba aquella sugestiva pintura? ¿Qué sentimientos y emociones podía suscitar entre quienes lo veían? ¿El deber, la duda, el pesimismo, la esperanza, la resignación? ¿Reproducía ese cuadro la imagen triste y habitual en una profesión heroica? Aquella reproducción, hoy desaparecida, como tantas cosas hermosas y ejemplares que no debieran desaparecer, ni olvidarse, ni perderse, mostraba el interior de un modesto dormitorio de gente trabajadora, donde yacía un niño enfermo sobre un lecho improvisado de dos sillas contiguas; al pie de este lecho, tan breve como la criatura que protegía, un médico sentado, inmóvil, apoyada la cabeza sobre una mano, observaba en actitud expectante a la pobre criatura; a la derecha, sobre una mesa rústica, una lámpara encendida proyectaba su luz amarillenta sobre la cabeza de los dos principales actores; detrás, en un segundo plano, un hombre de pie - que estaba, sin embargo, de rodillas frente al destino - no apartaba los ojos del galeno tratando de adivinar la luz de una esperanza; más distante, envuelta en la sombra, la cara cubierta con las manos, una mujer sollozaba: eran los padres.

Aquel cuadro quedó grabado para siempre en mis retinas, lo repito, y en mi corazón, y pensé que podía vivirlo muchas veces en el ejercicio de mi tarea profesional; penseque podría encontrarme con esos personajes y otros parecidos en cualquier circunstancia y en cualquier momento y ser el actor de un drama de familia ¿Era aquel cuadro una lección anticipada de meditación, de consuelo, de esperanza, que podía depararme el destino? De hecho, muy poco tiempo después, aun estudiante, me tocó vivirlo cuando la muerte arrebató de mi hogar a mi hermana, circunstancia que marco un antes y un después en el destino de mi familia. A esta alturas, en longeva edad, notablemente minusválido, he visto desfilar la desaparición de gran parte de mi familia, mis amigos, condiscípulos, alguno alumnos, espero la llegada del viaje que me llevará a la otra orilla.., espero ser bien acogido.

Y bien, siempre he tenido en cuenta la reflexión de Platón, cuando piensa que "la filosofía es una meditación sobre la muerte", o la consideración; "No morimos en un instante sino que morimos un poco cada día." Jorge Salvador Olivera López; Debo agregar que no hablaré acá como filósofo que no lo soy, sino como humilde galeno que ha visto sufrir y se ha tuteado con la muerte; no responderé, pues, a la pregunta que formulara el filósofo Santayana, después de veinte siglos: "Una buena manera de probar el calibre de una filosofía es preguntar lo que piensa de la muerte. Mi respuesta - sin ninguna importancia, por supuesto, - la encontraran en forma breve al final de este artículo.

EL MIEDO A LA MUERTE

La muerte es sólo el despertar de un profundo sueño. José Llamazales
La muerte es dulce; pero su antesala, cruel. Camilo José Cela

Es necesario distinguir, previamente, el temor a la muerte en el hombre sano y en el hombre enfermo, sobre todo en éste último cuando sus días parecen contados ¿Cuáles son sus sentimientos y sus ideas, sus inquietudes y sus esperanzas, sus resignaciones y sus indiferencias? Los juicios y las emociones varían según las creencias, las edades y las circunstancias. En la época actual, por razones distintas, la mayoría de la gente, no se inquieta mayormente por la muerte y sólo tiene miedo al dolor físico o moral que puede precederla o acompañarla; por otra parte, hoy casi siempre, se muere sin dolor: existen anestésicos para los dolores físicos y anestésicos para los dolores morales, es cuestión de saber administrarlos y saber recibirlos. Hay que tener en cuenta la actitud de los que creen en el más allá, de los que no creen, y de los indiferentes. Para los que no creen todo se reduce al cumplimiento de un ciclo vital irreversible. Es difícil afirmar si existe una serenidad absoluta ante el próximo fin, porque si en numerosos casos hay pruebas evidentes de esa serenidad, en otros no es posible atestiguarlas. Lo cierto es que hay presentimientos intuitivos de lo que puede ser la muerte. Hay también iluminaciones sobrenaturales a cerca del hastío y la desgracia de vivir: es el caso de ese niño - del que habla Alfonso Daudet - gravemente enfermo, que dormía al lado de su padre y que una noche lo despertó para decirle: "Papá, tengo que decirte un secreto. ¿Qué secreto, hijo mío? Te lo diré, pero no de lo digas a-mamá: estoy aburrido de no morirme". La pobre criatura había sentido el hastío de vivir con fiebre y con dolor y parecía adivinar una larga existencia dolorosa.

El temor a la muerte, puede ser dominado por otros sentimientos superiores: es vencido por el amor, por el deber, por el instinto maternal, por la creencia religiosa. Ya lo dijo Bacon: "No existe en el corazón del hombre una pasión tan frágil y fácil de vencer como el miedo a la muerte. El hombre tiene armas poderosas para vencerle: la venganza triunfa de la muerte, el amor la desprecia, el honor la solicita, y la fe la abraza con alegría".

La muerte es necesaria y útil y hay que considerarla con la serenidad del sabio o del filósofo; es de una necesidad absoluta y obedece a las leyes naturales o divinas. "El que vive debe morir - lo dice Shakespeare - pasando de la naturaleza a la eternidad". Montaigne, la considera una pieza de la cual no puede prescindirse en el mecanismo del Universo: "Es necesario que la enfermedad y la incapacidad no perturben la actividad y la inteligencia". Lo único que puede entristecernos es la muerte prematura, al ascender la curva vital, cuando lo que no se ha realizado lo que se había soñado con anticipación; por lo contrario, la muerte es el gran remedio para la vejez dolorosa e infecunda.

En resumen, El enfermo que se muere no es tan solo un organismo en crisis, próximo al desenlace. O, por lo general, no cree serlo. Él piensa, sabe o cree que es más que eso. Próximo a la muerte oye la voz de su conciencia, voz que tal vez lo intranquiliza; renace en él la voz acallada pero persistente de la fe que tuvo de niño y que tal vez se fue apagando a lo largo de la vida; se aferra a una esperanza tal vez dormida, que lo ayude a desprenderse de todo aquello que, lo quiera o no lo quiera, está a punto de dejar para siempre. Y puede ser también un hombre de fe inalterada que quiere morir tal como ha vivido, fiel a sus creencias.

Deseo citar algunos ejemplos de serenidad filosófica, de acatamiento a las leyes de a naturaleza y de resignación religiosa: El sabio Laennec, el descubridor de la auscultación por medio del estetoscopio, que él construyó rudimentariamente, este genio clínico supo escuchar y descifrar el lenguaje del corazón, conocía el proceso de la enfermedad que padecía, pero el cumplimiento de su deber galénico le llevaba al extremo de seguir ocupándose de sus enfermos, olvidándose de sí mismo. En un momento de gran lucidez, en medio de las nieblas que algunas veces oscurecían su espíritu, retiró los anillos de una de sus manos depositándolos sobre la mesa de luz; al preguntársele por ese gesto, dijo: "yo quería evitar que otro me hiciese ese servicio y tuviese esa pena", quiso irse sin dejar ni la sombra de una tristeza y a todos envolvió con la dulzura de su mirada.

El célebre cirujano Osler, que no solamente hacía cirugía en los cuerpos, sino en las almas, ha escrito páginas admirables sobre la psicología de los enfermos, en una de sus monografías dice: "yo he tomado nota minuciosa al pie de quinientas camas de moribundos, estudiando los modos de la muerte y las sensaciones visibles; la gran mayoría no manifiesta nada en ningún sentido, como el nacimiento, la muerte es ensueño y un olvido"

El Profesor Goodhart, un respetado médico Inglés se puso de acuerdo con las enfermeras del hospital para que le advirtieran cuando los enfermos estaban próximos a morir ¿cuál fue el resultadote su estudio?, dice así: "no me canso de repetir, porque es tan seguro como reconfortante, en oposición a una cierta creencia general, que la muerte no representa ningún temor para el enfermo; el velo entre los dos mundos es nada más que una nube que se atraviesa sin apercibirse". También es el caso de recordar la reflexión de Vauvernages: "la enfermedad extingue en algunos hombres el valor, en otros el miedo y en no pocos el amor a la vida", esta observación es muy exacta y acontece en las enfermedades largas y dolorosas: se agota la fuerza para luchar, no se lamenta el temor de persistir y la vida deja de ser amada en medio del sufrimiento ¡se adquiere así el derecho de morir! Existen, en realidad, tres miedos que no se refieren a la muerte propiamente dicha: el miedo a una enfermedad dolorosa, que no es a la muerte sino al sufrimiento; el miedo a dejar inconclusa una obra, relativamente importante, científica, literaria o de otra naturaleza; el miedo por el porvenir de los seres que necesitan nuestro apoyo moral y material. Rousseau se engaña torpemente cuando dice que "aquel que pretende hacer frente a la muerte sin miedo, es un hombre que falta a la verdad" cuando, en realidad, por legiones habría que contar los que han hecho frente a la misma sin inquietud, pensando que la muerte fatalmente tenía que llegar; la opinión del desesperado filósofo francés, equivale por lo contrario a generalizar la exaltada felicidad que Santa Teresa sentía pensando en una liberación para llegar a Dios que ella suponía en todos los hombres creyentes y buenos.

LA GRACIA DE LA MUERTE

Hay que plantear una cuestión previa alrededor de la cual giran muchos sentimientos: se cree o no se cree en el más allá; para los incrédulos todo termina en el polvo y en la tierra; para los otros, el fin es el principio y no se termina en una paz animal y triste, los creyentes mueren tranquilos en brazos de la esperanza y vislumbrando la Justicia Divina; los otros también pueden morir tranquilos porque para ellos las religiones son fábulas hechas para consolar a los hombres. Sin embargo, unos y otros, según Unamuno, han de preguntarse alguna vez: "Y si estuviéramos equivocados?, esa duda es muy difícil que aparezca en los primeros y más seguro que nazca en los segundos: la de es un seguro de paz que salva de los tormentos metafísicos, el miedo a morir no existe en los creyentes porque aspiran a la Ciudad de Dios; el miedo a la muerte, cuando existe, si existe es en su esencia el miedo a lo desconocido, el miedo al misterio, los que la temen presuponen conocerla y no la conocen. Hay otra pregunta que se hacen los hombres después de un largo existir: ¿la vida es un premio, es una gracia, es un sacrificio, es una condena?, casa uno contestará la pregunta según su vida,; es probable - es casi seguro - que sea simplemente una prueba.

En las enfermedades largas y dolorosas la muerte es una gracia, la piden, desesperados, muchos enfermos y constituye la liberación suprema ¿es permitido otorgar esa gracia? ¿en qué casos y en qué circunstancias puede ser ella concedida? ¿puede ser facilitada una muerte por filantropía? ¿puede perdonarse el homicidio piadoso? ¿es posible condenar al suplicio inútil a la pobre criatura humana? ¿qué pediríamos para nosotros si estuviésemos lúcidos y conscientes? Tomás Moro, el autor de "Utopía", que fue canonizado como santo por la Iglesia Católica, escribe en su libro que: "aquellos afectados de enfermedades incurables deben ser reconfortados; pero, si la enfermedad, además de ser incurable, es fuente de angustias y sufrimientos se debe facilitar una muerte tranquila", a lo dicho agregamos: los médicos conscientes, cuando no hay ninguna esperanza, aceptan atenuar las tormentosas agonías, pues, en efecto, este es nuestro derecho, y, muchas veces, nuestro deber; lo cierto es que el instinto de la muerte llega gradualmente: el verdadero enemigo no es la muerte, sino, en algunos casos, el hastío de vivir, o la vejez psicológica, porque la verdadera vejez no está en las arterias sino en el alma.

En surma, debemos defender sin claudicaciones, su derecho a morir con dignidad y a que se le respete su voluntad de permitir que el proceso de la muerte siga su curso natural en la fase terminal de su enfermedad".

El desaparecido médico y humanista Osvaldo Loudet, escribió algunas reflexiones sobre "La Medicina de la Esperanza", y en ella formulaba dos preguntas que - para mí - son fundamentales: primera ¿puede vivir el hombre sin esperanza?, segunda ¿puede morir sin esperanza? Ni vivir ni morir: la vida es consustancial con la esperanza, la esperanza natural es la vida misma, el impulso vital de la existencia se traduce en la renovación continua de la esperanza, se vive porque se espera.

Respecto a "morir sin esperanza", creemos que ello es improbable, hay siempre una esperanza callada y oculta, las esperanzas últimas pueden ser visibles o invisibles, es la menos aparente porque es la más misteriosa, cuando se apaga la esperanza vital aparece silenciosa la esperanza Divina, que desciende sobre el hombre tranquilo o angustiado y este se transfigura, se opera la "trascendencia" de la que hablan los teólogos: la esperanza es, pues, la más piadosa y dulce de las medicinas morales, si las esperanzas humanas fracasan, la esperanza teologal nos salva de la desesperación; la esperanza vital es la esperanza cotidiana, la esperanza intemporal es la esperanza eterna; todos buscamos, conscientes o inconscientes, el infinito, el dolor prepara muchas veces para el feliz alumbramiento. Recordemos la definición de Pascal: "El hombre es una frágil caña, pero una caña que piensa", el pensamiento es la chispa divina que lo distingue de los otros seres que viven, sabe que existe y sabe que va a morir, ¡esa es su grandeza!

Consternado dedico este trabajo, parte de mi libro inédito "De las Noches Largas y los Días Cortos de un Viejo Médico" a la memoria y a los familiares de mis queridos condiscípulos Edgar Garrett Aillón y José Morales Morales que se adelantaron un poquito en el viaje a la Eternidad, AAS