La  Lucha Contra La Impunidad   Ante las Cortes y en La Sociedad Civil 
El Ejemplo de los Profesionales Médicos. 

Dr. Alberto Aguirre Sandoval
Socio Emérito del Instituto Médico "Sucre"



Rainer Huhle 
Centro de Derechos Humanos de Nuremberg

Con frecuencia se recuerda en estos tiempos los procesos de Nuremberg que hace unos 50 años se desarrollaron en esa ciudad alemana, con el propósito de juzgar a los más altos criminales nazis. Cuando se habla de "Los procesos de Nuremberg", en plural, hay que tener muy claro una diferencia importante. Hubo un solo "Tribunal Militar Internacional" en Nuremberg, el Tribunal instalado por los cuatro grandes poderes de la alianza político-militar que había vencido a la Alemania nazifascista y sus aliados. Este proceso comenzó el 20 de noviembre de 1945 y terminó con la sentencia, dictada el 1 de octubre de 1946, contra los representantes más altos del régimen nazi, que fueron considerados como los "criminales principales". Con esta sentencia, el Tribunal Militar Internacional acabó su labor. No hubo continuidad de ese esfuerzo histórico de una justicia penal internacional.

En la misma ciudad de Nuremberg, y en la misma sala, tuvieron lugar, después del Tribunal Militar Internacional una serie de 12 procesos más, contra un total de 177 personas acusadas de las mismas clases de crímenes contra la paz, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. Los acusados fueron agrupados según su pertenencia a distintos cuerpos del partido nazi, de la administración pública o a grupos de profesionales. 
A diferencia del Tribunal Militar Internacional, estos 12 procesos ya no eran de carácter internacional sino conducidos por cortes de la entonces administración legal del territorio alemán en que se encontraba Nuremberg, es decir las autoridades militares de Estados Unidos. 

En la historia del derecho, estos juicios son conocidos como los "Procesos posteriores de Nuremberg". Su base jurídica era la "Ley del Consejo de Control No. 10", una ley dictada por las autoridades americanas que correspondía a las normas que regían también para el Tribunal Internacional. 

Aparte de los procesos contra corporaciones tristemente famosas como la SS o la Gestapo, destacan algunos procesos en que se acusaba la participación de importantes representantes de lo que comunmente se llama la sociedad civil (si bien sus representantes estaban integrados de manera a veces más, a veces menos, en el aparato estatal o militar). 

El primero de estos 12 procesos comenzó a las pocas semanas de la sentencia del Tribunal Internacional, el 9 de diciembre de 1946. Este primer proceso se dirigió contra 23 médicos[1]. Los crímenes que se les incriminaba eran todos relacionados con experimentos crueles practicados en prisioneros y prisioneras de campos de concentración. Entre los experimentos mejor documentados en las actas del proceso se encuentran los del Dr. Rascher y sus colaboradores, que investigaron sistemá-ticamente los efectos de la baja presión y de temperaturas extremas en personas con vida. Las víctimas sufrieron dolores y angustias terribles. Los que sobrevivieron, quedaron con mutilaciones irreparables. 

Otra serie de experimentos diabólicos fue conducida por el catedrático y director de una importante clínica, Karl Gebhardt, quien además se desempeñó como presidente de la sección alemana de la Cruz Roja. En el campo de concentración de Sachsenhausen, Gebhardt infectó a reclusas polacas con inflamaciones artificiales, parecidas a las que sufrían personas heridas de bala, con el fin de estudiar los efectos de distintas clases de sulfonamidas. Varias de las prisioneras murieron a los pocos días en medio de dolores espantosos. Una de las sobrevivientes, la Sra. Jadwiga Dzido, declaró en su testimonio en Nuremberg: "No nos era permitido sonreir, llorar o rezar. Cuando nos golpeaban, no podiamos defendernos. No había esperanza de ver de nuevo nuestra patria. [. . . ] Todos los días nos dijeron que estaríamos reducidas a meros números, que deberíamos olvidar que somos seres humanos."[2] 

El doctor Alexander Mitscherlich, quien más tarde se haría conocido como psicoanalista y autor de libros importantes como "La incapacidad del duelo", recibió por parte de la Asociación de los gremios médicos de Alemania el encargo de observar el Proceso de los médicos en Nuremberg. Luego, Mitscherlich , Junto con su asistente, redactó un informe amplio que entregó a la Asociación en cuyo nombre había asistido a las sesiones del juicio. En sus escuetos comentarios , el doctor Mitscherlich se mostró asombrado por la dimensión de los hechos aberrantes que habían sido cometidos por personas de alto rango y prestigio sobre quienes nadie hubiera sospechado ser capaces de tales crímenes. Lo que aún le asombraba más, era la falta de conciencia y de penitencia después de los hechos. 

El jefe de la clínica de enfermedades trópicales en el famoso instituto "Robert Koch", el profesor Gerhard Rose, durante cuyos experimentos con distintas vacunas en el campo de concentración de Buchenwald murieron cientos de presos, no dejó de defender en Nuremberg la justificación "humana" de sus experimentos. "Entenderán ustedes mi deseo de mantener por lo menos mi honor", dijo ante el juzgado. Condenado a prisión perpétua en Nuremberg, Rose logró más tarde una revisión de su caso ante una cámara disciplinaria alemana. Hasta en las últimas ediciones de la documentación de Mitscherlich, el profesor Rose insiste en anotar este dictamen (que nada tiene que ver con el juicio penal condenatorio de Nuremberg). 

Pero no sólo los acusados, el mismo gremio profesional por cuyo mandato Mitscherlich había escrito su informe, en la práctica lo desconoció. Ante la reticencia de buena parte de los médicos asociados, y la negación abierta de los terribles hechos revelados en el juicio por algunos voceros "profesionales", la asociación silenció su propio informe. Los 10.000 ejemplares impresos desaparecieron de manera misteriosa. "En ninguna parte se dio a conocer el libro, no hubo ninguna reseña, ninguna carta de lector; entre las personas que conocimos en los diez años siguientes no hubo ni una que sabía del libro - era un misterio, como si jamás se hubiera publicado el informe," escribió años más tarde el mismo Mitscherlich en la presentación de la primera edición de bolsillo que finalmente, en 1960 llegó a un público amplio.[3] 

Al mismo tiempo que se ocultaba la verdad sobre la vergonzosa participación activa de importantes miembros de la profesión médica en los crímenes nazis, a los pocos años de la fundación de la República Federal de Alemania, varios médicos involucrados con el régimen fascista y partícipes de algunos de sus crímenes más atroces llegaron nuevamente a puestos claves del sistema de salud y de sus gremios. La negación de la verdad tuvo como consecuencia inevitable el olvido y la impunidad. 

Recién en los años sesenta y setenta, y en buena parte bajo el impacto del libro de Mitscherlich, una minoría de los profesionales médicos tomó conciencia de la culpabilidad de sus colegas y de la responsabilidad especial de su profesión. Hoy disponemos de una amplia bibliografía de investigación sobre el rol de los profesionales del sector salud durante el nazismo, una documentación bastante mejor elaborada que, por ejemplo, en el caso de los jueces nazis. 

Recientemente, con ocasión de los 50 años del Juicio a los médicos, la sección alemana de la IPPNW[4] organizó en la misma ciudad de Nuremberg un congreso internacional en que participaron más de 1.500 profesionales y estudiantes del sector médico. Bajo el lema "Medicina y Conciencia", se presentaron testigos del juicio histórico y nuevas investigaciones relacionadas con la medicina durante el nazismo. La mayoría de las ponencias y talleres se orientaron a temas de actualidad que grafican, en otros contextos y con otras problemáticas específicas, el permanente peligro de la perversión de la profesión médica a favor de fines que nada tienen que ver con la única tarea que le asigna la ética al profesional: la de curar. 

En el Congreso se sometieron al debate los retos éticos que presenta la investigación biogenética para los médicos: Ante las nuevas posibilidades de diagnóstico prenatal, o de análisis de las disposiciones genéticas de cada individuo, ¿cuál es la responsabilidad del médico? El problema de la eutanasia fue discutido en su amplio contexto histórico. Si bien durante el nazismo la idea de una funcionalización de la medicina para "proteger" la sociedad de "elementos nocivos", es decir de personas consideradas indeseables por el poder, tuvo un auge terrible, llegando al exterminio de miles y miles de personas en los asilos, estas tendencias tienen una historia de antes del nazismo y tampoco han desaparecido con él. Con la diferencia que las nuevas técnicas de la biogenética proporcionan a la sociedad y en especial al médico un instrumental mucho más refinado, y por lo tanto una responsabilidad mucho más difícil de manejar, en comparación con la disyuntiva simple de matar o no matar a un individuo, tal como se dio durante el imperio de Hitler. 

De la misma manera se vio que pese a los terribles hechos revelados en el proceso de Nuremberg, tampoco terminaron los experimentos médicos con personas indefensas. El psiquiatra, médico y jurista de la Yale University, Jay Katz informó de sus investigaciones pioneras sobre la continuidad de los "sacrificios humanos" al servicio de una investigación médica inhumana, mencionando, entre otros casos, experimentos masivos entre la población negra de Estados Unidos. En estas investigaciones, Katz tenía que enfrentar recuerdos traumáticos del destino de las víctimas del nazismo, siendo él mismo hijo de una familia judío-alemana que había logrado huir a tiempo de las persecusiones. 

En un congreso sobre "medicina y conciencia", no podía faltar el penoso tema de la participación de tantos médicos en actos de tortura en muchos países. En la Alemania fascista, los médicos torturaban masivamente. Sin embargo, esto fue casi un hecho accesorio dentro de un sistema de funcionalización de la medicina para el terror más amplio, tal como los experimentos ya descritos. La tortura no era el fin ni el medio principal de la acción represiva, que había logrado una perfección y magnitud que ya no requería de la tortura como instrumento específico de represión. Otro es el caso en muchas dictaduras (abiertas o disimuladas) donde se practica hoy la tortura. 

Si en la Alemania nazi el médico torturador trataba a la víctima como mero objeto de sus experimentos cuya muerte o sufrimientos no interesaban a nadie, el rol del médico dentro de un sistema de tortura represiva es precisamente velar por el comportamiento de la víctima, determinar los límites hasta que puede proceder el torturador y garantizar la efectividad de la tortura para los represores. Donde la tortura está establecido como instrumento sistemático de la represión, nunca faltan los médicos como asesores y supervisores, si no como participantes directos. Son parte integral del sistema, como lo manifiestan los testimonios horrorosos de muchas víctimas. 

En el informe "Brasil: Nunca Mais" se encuentra toda una serie de testimonios de víctimas que no dejan dudas sobre las distintas funciones que cumple la participación de los médicos en la tortura[5]: Asesoran a los victimarios sobre los métodos que no dejan huellas; determinan la capacidad de la víctima de aguantar las penas y las lesiones afligidas, contribuyendo de tal manera a prolongar hasta lo máximo la tortura; buscan recuperar a las personas en las que "se le ha pasado la mano" al torturador; preparan a la víctima para la tortura, a través de aplicaciones de inyecciones y otros insumos; las mismas aplicaciones pueden también ser parte integral de la tortura, como en el caso de medicamentos que aumentan la sensibilidad al dolor, convirtiéndose el médico de cómplice finalmente en victimario directo. Las mismas funciones, con sus métodos respectivos, puede desempeñar el psiquiatra, el psicoanalista o el psicólogo. 

Pero aquí no termina la participación del médico. Como médico legista tiene un rol destacado en el encubrimiento de las causas de las lesiones sufridas o de la muerte de la víctima, expidiendo certificados falsos. Hasta el ginecólogo, en un sistema represivo tiene su lugar como encubridor de la identidad de los hijos robados a las víctimas desaparecidas. La integración de la profesión médica (y de los demás trabajadores del sector salud) al sistema de tortura llega a su culminación lógica cuando el hospital se convierte en el propio centro de tortura, tal como era el caso, entre otros, en el Chile de la dictadura de Pinochet.[6] 

La lucha contra la impunidad no puede ni debe limitarse al campo de la justicia penal. La justicia penal es para los casos de involucración criminal con un régimen criminal. Pero que miles de civiles y profesionales participen en la preparación, ejecución y justificación de crímenes contra los derechos humanos, revela un problema que trasciende el ámbito del derecho penal. 

Los que están fuera de las jerarquías de los aparatos represivos, tienen una responsabilidad talvez más alta que los soldados y policías sometidos a órdenes. No se trata de reclamar la defensa de la obediencia debida, pretexto cardinal para la impunidad en muchas sociedades. Pero sí se trata de insistir en la culpa moral agraviada en aquellos que participan por su propia decisión en crímenes que muchas veces sin su participación o consentimiento no pueden ser ejecutados. 

En la Alemania de los nazis se mató a miles de personas indefensas antes y fuera de los campos de exterminio. Solo en la cámara de gas de la clínica de Hadamar fueron asesinados más de 10.000 personas consideradas "indeseables". El cadáver No. 10.000 fue festejado por el personal con música y borrachera. Este personal era personal médico. Sin la asesoría, la ayuda administrativa y técnica, y la participación directa de médicos y enfermeros, estos crímenes no hubieran sido posibles. 

Fue un comité de especialistas médicos el que decidió sobre la técnica más eficiente del asesinato: la cámara de gas. Y lo hicieron voluntariamente. Hitler, ante el temor del escándalo, había asegurado que nadie estaría obligado a participar en las acciones de la campaña siniestra de "eutanasía".[8] Y de hecho, no se sabe de ningún acto represivo del régimen contra los pocos médicos o psiquiatras que se negaron a participar en los actos del exterminio. Simplemente fueron alejados de los grupos de planificación de los crímenes.[9] 

Pero no fueron aquellos médicos que habían mantenido intacta su conciencia humana y la vigencia de las normas éticas de su profesión, quienes dominaron el discurso profesional después de la derrota del nacionalsocialismo, ni mucho menos llegaron a posiciones claves en sus gremios respectivos. Mientras fue callado el informe de Mitscherlich sobre el proceso de Nuremberg - que de ninguna manera era agresivo sino marcado de una búsqueda a veces bordando la empatía, de comprender lo que había pasado -, entre la gran mayoría de los médicos reinaba un compañerismo y un espíritu de cuerpo en que la ética y la justicia no tenían lugar, y menos la conciencia y la consideración de las víctimas. 

La "anestesia moral" frente a los sufrimientos de las víctimas de los experimentos y de la eutanasía que Víctor v. Weizsäcker diagnosticó en 1947 para los médicos que colaboraban con los nazis, se perpetuó después de la guerra a través de la complicidad con los culpables, inclusive con algunos criminales de primer rango. Baste un solo ejemplo: El profesor Werner Heyde, psiquiatra y funcionario de la SS, era uno de los organizadores de la matanza de personas "indignas de vivir". Personalmente dispuso el asesinato de varios miles de pacientes de distintas clínicas y de internos de campos de concentración. Detenido después de la guerra, escapó en un traslado de prisioneros, para instalarse nuevamente, a partir de 1950, como psiquiatra, con el apellido de "Dr. Sawade". En los próximos nueve años trabajó como perito psiquiátrico, elaborando unos 6.000 peritajes para el instituto (público) de seguridad social. Como es natural, y se ha establecido ahora, la identidad de "Dr Sawade" era conocida por sus superiores y colegas directos, y por un gran número de médicos de la región. Ninguno decidió denunciarlo ante las autoridades judiciales o gremiales, hasta que fue descubierto a raíz de un conflicto privado con un colega.[10] "Nadie quería, por espíritu profesional y por decencia, entregar a un colega y conciudadano a la autoridad de los ocupadores."[11] 

Hasta hoy, los altos funcionarios de los gremios médicos alemanes son muy reticentes a aceptar la culpa de los colaboradores médicos del régimen nazi. A la carta que en 1987 una estudiante de medicina escribió al presidente del Colegio Nacional de Médicos, el Dr. Karsten Vilmar, preguntándole cómo era posible que ese gremio permitió el ejercicio de la profesión durante más de 40 años a algunos asesinos responsables de la muerte de miles de enfermos, Vilmar replicó, que le parecía que la estudiante no entendía los principios básicos de un estado de derecho, que no le permitían sanciones "arbitrarias" contra personas que no han sido condenadas por la justicia.[12] 

Apoyándose mutuamente, las autoridades judiciales y gremiales médicas lograron evitar una condena por lo menos moral de aquellos que partíciparon en la liquidación de miles de personas. "Decencia y espíritu profesional" hicieron de los asesinos presuntas víctimas de "discriminación arbitraria", mientras que las verdaderas víctimas quedaron puestas al lado del olvido. Cuando los hechos ya no se podían negar, continuó la negación de la culpa. Frente a los sucios y cobardes asesinatos de personas en estado extremo de indefensa, algunos insistieron en hablar del "honor". 

Pero no todos quisieron participar de tal perversión de valores. La estudiante mencionada no fue la única que escribió cartas. Y una nueva generación de médicos, inspirada por personas excepcionales de la vieja generación tal como Mitscherlich, Richter y otros, se dedicó al estudio sistemático de la complicidad médica con los crímenes nazis. La bibliografía acumulada en los ú ltimos años sobre el tema es impresionante. Y no quedaron solo en la investigación del pasado. Buscaron sacar las enseñanzas de las culpas del pasado para el presente. La memoria de las atrocidades de los nazis fue un incentivo para enfrentar los crímenes de la actualidad, no sólo para la generación de los sobrevivientes. 

El Dr. Christian Pross quien investigó detalladamente las insuficiencias de los tímidos intentos oficiales de indemnización y reparación de las víctimas de los nazis[13], fue cofundador, en 1992, del importante Centro de Rehabilitación de Víctimas de la Tortura de Berlín, el centro más grande de Alemania. Sus estudios históricos y sociológicos sobre el efecto de la falta de verdadera reparación en las víctimas, le ayudan a entender los efectos de la tortura como síntoma de una enfermedad que se llama impunidad. "Cada absolución de un perpetrador me cuesta dos semanas de sueño", le decía uno de sus pacientes en el Centro de Berlín.[14] 

En el mismo salón en que hace más de 50 años habían sido presentados los resultados "científicos" de los experimentos mortales sobre la baja presión del Dr. Rascher, el congreso internacional que la IPPNW organizó en Nuremberg, el tema de los "médicos sin conciencia" fue un punto de partida para un amplio debate de los problemas actuales de la profesión médica. "Medicina y Conciencia", el lema del congreso, nos quiso recordar que estos dos conceptos son inseparables. Quiso recordar que la responsabilidad del médico no termina ante el poder político. Los médicos reunidos en Nuremberg dieron así pautas para un debate que de ninguna manera es exclusivo de la profesión médica. 

Si la historia de la profesión médica alemana muestra tristemente hasta que grado sus miembros compartían culpas en los crímenes de lesa humanidad de los nazis, lo mismo vale para muchas otras profesiones. Basta estudiar las investigaciones pioneras de Ernst Klee respecto al comportamiento de los profesores, juristas y, hay que decirlo, teólogos.[15] El panorama en todos los sectores profesionales de la sociedad civil, y son ellos quienes articulan más que otros esa sociedad civil, se parece de manera alarmante. No sólo la inteligencia y la sabiduría no impiden la participación en los crímenes más horrendos. La capacidad de los gremios representativos de los profesionales de velar por la conciencia del ejercicio de la profesión, y de rectificar comportamientos incompatibles con los principios éticos a los cuales todos se suscriben, muchas veces resulta insuficiente. 

Lo sucedido en la Alemania post-nazi nos enseña, entre otras muchas cosas, que el mundo de la sociedad civil y el de la justicia penal no son separados. La impunidad de crímenes de lesa humanidad ante la justicia penal, con frecuencia viene precedida, o acompañada, de una falta de conciencia ética en los sectores de la sociedad de donde provienen los perpetradores. El compañerismo gremial resulta muchas veces coadjuvante en la negación de justicia ante las cortes. Los que reclamamos justicia ante el poder judicial, no podemos lavarnos las manos en la sociedad civil. La condena moral que la sociedad no pronuncia, difícilmente se transformará en sentencia judicial. La impunidad, en fin, en la democracia no es más que el síntoma de una sociedad sin conciencia.